Recital de poesía

No comas de esa fruta, te traerá problemas

Quinto sueño

Soñé que Macedonio Fernández soñaba que entraba en la máquina en el museo. Cansado de buscar a Eterna, metía todos los cuadros en una bolsa negra y comenzaba a llenar las enormes paredes con prólogos delirantes, y uno que otro zapallo para que combinara con la gruesa tinta negra de sus escritos.

Tiempo Primero

Su pistilo de piel se abrió,
mientras el carmín gritaba
la vida se escapaba
y con ella moría el sol.

Azar desgraciado, somos tus juguetes,
leviatán nacido de nuestro arbitrio
que sin querer hacemos
reverberar de nuestras turbias aguas.


Artropos - ¿Quién es ese fantasma
que encarna sus pesadillas?

Outis - Yo soy ella,
me niego,
me reinvento.
Ella desaparece
y yo regreso.

Artropos - ¿A quienes habla?
¿Está llamando a sus espectros
que son solo fragmentos
padecidos a cada instante?

Láquesis - Se desvanece
en cada exhalación
sus pálpitos
son vibraciones calladas
de lo irremediable.
¡Vamos, corta su hilo!

Outis - Hay una plenitud
que me permite cruzar la frontera,
entonces me convierto en ti
hasta que llego a esa saciedad
y me consumo en el hastío.
Te transmutas,
ya no eres.

Artropos – Es lo perfecto,
lo intocable y delicado
es el castillo de arena que se deshace,
es el silencio,
es la muerte.



Outis - ¡Mira a este espejismo!
No te escondas,
no huyas de mí.
Mira a este monstruo,
a este ser tan apacible
que camina silencioso
y busca aquellos vibráfonos verdes
cuyo sonar centelleante
se me niega
al mencionarte.

Artropos – Ella le responde
con silencio

Outis - ¿Qué dices?
Refieres lo inexistente
¡Alegre tú que no existes!


Artropos – El resplandor de su destino
pronto se apagará

Láquesis – Son segmentos superpuestos
cuyos extremos
desconocen los límites
¡Por piedad!
No me obligues
a hilar lo imposible

Outis – Me pierdo
en un cubo de infinitas aristas,
no tengo estado.
¡La memoria me asfixia!

Artropos - ¡Mírame a los ojos!
Eres una fracción del todo y de la nada
y ella aún habita
en nuestro cosmos.

Le hablas,
ella responde
mas no la entiendes
porque ya no es de ti.

Outis – Ambos somos reflejos,
y cuando
me enfrento a aquel
muro de mercurio
me convierto en nada.

Adoro aquella dulce mirada marina
que tan solo puedo contemplar
cuando mira a ninguna parte
no sabes cuanto anhelo verme en ti.

Láquesis – Tañeré sus cuerpos
al ritmo
de bemoles marchitos


Artropos – Outis, Outis…

Láquesis – Cuerdas de plomo,
rozadas
por tu navaja ancestral
hieren al vacío
y se gozan en el vértigo
de lo inevitable.

Artropos – El azul tintinea
en la lejanía,
y tú te conviertes en un eco
más débil cada vez…

Coma Inducido, Homenaje a Gustavo Cerati

Cita sin título


Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.
¿Cómo convertir toda la literatura en un acontecimiento personal? Es un hecho vivido:
-«Miedo me das, viejo marino,
miedo me da tu mano flaca!
Y eres largo, fino y moreno
como la arena de las playas.
Miedo me dan tus ojos vivos
y tus resecas manos frías.»
-«¡No temas, huésped de la boda!
Mi cuerpo vive todavía
Solo, solo, cruelmente solo,
¡solo en un anhelo, un ancho mar!
y de mi alma en agonía
ningún santo tuvo piedad»
Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia. Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico.
Creo en un héroe. “El camino está hecho de literatura, a veces”. “Para mí un héroe es el que entrega su vida a una pasión”. “La autonomía la defienden los que no son artistas”:
«Siéntate, flautista y escribe
en un libro para todos.»
Desvaneciose a mi vista:
yo canté una caña hueca.
Hice una rústica pluma
y teñí las limpias aguas;
cantos alegres compuse
que ojalá gocen los niños
Todo lo que empieza como comedia, termina como película de terror:
Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños, y que su mirada era dura como el acero pero igual se transformaba en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.
Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?
Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montando en una legión de Toros Mecánicos.
Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio.
Precisamente hoy desde aquí
entre la montaña verde y el río
navegarás en un solitario sampán
para llegar a un puerto o apeadero
a muchos millares de distancias.
Tan vagabundo eres como una nube,
y mi añoranza tan igual al sol poniente.
Quedo con mis brazos agitados
despidiéndote
tan alicaído, que incluso
mi caballo relincha con sincera melancolía.
Aislado, solo, insomne, es todo lo que puedo hacer. Dictar, desde aquí, palabras de alivio, pasearme, de un lado a otro, pensar en las cartas, las respuestas, todo ese dolor: todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío.
¡Ya no miren! ¡Ya no hablen! Se me olvidó algo ¿dónde? ¿por qué? ¿cómo?
¡Vivan los sepultureros de la combinación”
De sillas, de atardeceres extra,
de pistolas que acarician
nuestros mejores amigos
está hecha la muerte,
Mas la Vida-en-la-Muerte comienza su labor en el viejo marino.
Maestro por siempre y poeta de vida. Lector último. Rústico.
La muerte es un automóvil
con dos o tres amigos lejanos.
Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos
.

Tiempo Segundo

Vacío tras vacío he caído como un pez muerto sacudido por una ola en tormenta. Cuanto vacío, Dios mío, cuanto vacío. La nervadura secreta de mis huesos aún da cuenta de ese dolor. Clorofila contráctil. Siento, sientes, siente. Oquedad que se ¿abre o ya está? Bajo la huella el paso holla. Quisiera ser la membrana invisible de un abanico para refrescar al viento.

David Negro: Mi ropaje ha sido rasgado por la aurora1, mis ojos vagarán entre las grietas de cavernas interminables en busca del color del infinito. El tono ondulante ha cambiado su tersura, ahora es pétalo que se deshace en mis pasos2

David Blanco: A pétrea pena estoy condenado

murallas transparentes

me dan el castigo

de una contemplación callada

que me fosiliza

en cada parpadeo

¿Adónde voy a parar

cuando me das la espalda?

Te gozas siendo marioneta sombra

mientras él

se deshace al nombrarte.

(Cloto: Ha cambiado el brillo

mis dedos ven a través

de este hilo de pétalos

¡Espinas calladas

que hieren mis ojos!

Escucho tu voz afilada

pero sigue intacto

con la pena de sólo contemplarla

Artropos: ¡Outis, outis!

Sus párpados ya no son

la puerta a tu cuerpo



Láquesis: ¡No lo cortes jamás!

su suspiro rosado juguetea

con mi cabellera

mis cuencas se han llenado

con sus lágrimas

Outis: Mi piel

es una grieta de la tuya

seré aire

para escuchar tu aliento.

Cloto: ¡Hasta cuando!

Destello eterno, maldito

metal emergente de la nada

brillo transparente

que me obliga a tejer un sinsentido)

David Negro: ¡Encontré mi Medusa de dos caras! ¿Cuál elegiré? Dichosas mis níveas venas que se estremecen al sentir el candor amarillo de ese veneno dual. ¿Piedra sobre piedra? Su mirada arrastra consigo mi eternidad.

David Blanco: Seré de carne y hueso

mi sudor regará los desiertos

y con el color de su voz

me ensordeceré.

El grito café de la guitarra

anuncia polvaredas

que construyen caminos

y en la casa decadente

ella sacude su sombrero de pana

y su corbata de cuero.

David Negro: Hombres y mujeres han deslizado sus manos hasta dejar huellas asexuadas que se glorían en prevalecer, soñaré con un río de aguas grises hasta el día que regrese a la montaña.

David Blanco: Diré no

hasta que me funda con la nada

¡No y mil veces no!

Aunque haría más con el silencio

mi alma levitaría hasta desgarrarse

en mi eternidad.

(Outis: Procesión en tu nombre

eres sólo una plegaria

ahogada en mis labios

Cloto: Rasgas el pétalo

y se convierte en terciopelo

¡Nos has condenado a la eternidad!

Artropos: ¿Quieres ser ella?

Lo fuiste, lo serás

mas por ahora

concédeme palparte

en el fulgor de mi navaja oxidada.

Láquesis: ¡Mentira!

Me gocé en su disfraz de seda

pero la perdiste en el cielo hundido

¡Maldito seas, Outis, maldito seas!)

Penélope: La negrura inerte encerrada en cuadrados de abismo no me concede el adormecimiento de la conciencia, ¿adónde fuiste a parar cuando te di la espalda?

Circe: Mi paladar se deshace en tu espejo empañado, tus huellas latentes se mueven al vaivén de mi placer agitado.

Nausicaa: Silenciosos, los flecos de mi falda se sacuden mientras una a una mis células mueren aguardando tu llegada; uno, dos, tres, el cielo susurra sus colores y yo me convierto en cal viva.

David Blanco: Puñales parpadeantes

socavan mi pudor

y mi palidez, hija de la montaña

perece en medio de la espera.

David Negro: Jugueteo con los rostros grises de la niebla, el cielo carmelado se mueve al compás de un violín que agoniza, se acerca ese aroma mutante en unas férreas manos de terciopelo transparente.

David Blanco: Dormitaré al ras del cincel

cada roce con mi piel

se anuncia con esa triada polifónica

que apaga media antorcha.

Penélope: He de tejer la fuerza descomunal de tu nombre, mi sed de viajar se sacia con el indicio de tu existencia, ¿dónde estás?, que no diera por tomar tu lugar.

Circe: ¡Me descarnaré hasta ser pócima que te devuelva la vida, seré anhelo y anhelaré, me ahogaré con tu sangre y seré brizna de tu aire!

Nausicaa: Dichosa quietud me lleva a herir la brisa, la nostalgia se hunde con ese choque de amatistas que dio a luz al mar, oleadas de tierra secaron mis párpados, entonces te contemplo en tu esplendor.

Exposición Giorgio Simone Bogotá





Patria es muerte, perderemos!

Junto a una fábrica de profesionales alquimistas que mágicamente participan del milagro de la conversión del papel moneda en papel sanitario, un anciano pordiosero, borracho de gasolina, plomo y uvas pasas, tiene una visión hedionda que se abre camino entre las negras humaredas del progreso. Sin más que tres kilos de su propia mugre, un par de vasos de sudor y dos litros sangre, el anciano distrae el hambre con alcohol y la necesidad de alcohol con la absurda actividad de remedar el acto creador de los sabios del pasado valiéndose hábilmente de tan inmundos materiales. Con las uñas desplaza el hollín que cubre el vidrio de tan imponente edificación y con unos feos garabatos fija el precio de su obra. Scriptum rimanem (¿Así es que va?). El olor a mortecina de las lenguas difuntas ayuda al populacho a mantener la distancia.

A lo lejos una multitud de gente se desplaza en círculos esquivando torpemente los peligrosos automóviles. Los hombres tienen corbatas y las mujeres tacones, cada uno tiene un maletín de cuero falsificado y una calculadora científica. Cada uno le vende una idea novedosa y excitante al que está a su derecha. Esa idea fue realizada con el dinero que ganó con la idea que antes le compró al que está a su izquierda. Los billetes están sucios y raídos por la veloz rotación y la inevitable fricción con los dedos sudorosos de los agitados negociantes.

Con un escupitajo el pordiosero alucinado se acomoda el pelo de la cabeza y le da a sus barbas una curva con tendencia a la inmortalidad. Los negociantes van muy concentrados y no pueden ver el acto sublime que sucede junto a ellos. Con un sorbo largo el pordiosero vacía la botella y se la avienta a los insensibles negociantes que brincan hacia la calle temiendo por la integridad de sus costosos trajes de trabajo. La lengua intoxicada del anciano pordiosero logra retorcerse para pronunciar fragmentos de palabras.

Los negociantes se sonríen unos con otros y se dan la mano meticulosamente. En un gesto de amable cortesía deciden acercarse al anciano para tocarle el hombro en señal de agradecimiento.

-Usted nos ha distraído de nuestra asfixiante actividad y nos ha arrancado una sonrisa. Deje que lo premiemos con algo- dijeron los negociantes en un ridículo coro.

La boca desdentada del pordiosero trata de referirse a una sonrisa con un gesto desgastado por el abuso y responde.

-Les agradezco su buena intención pero no he terminado aún mi obra.-

Del bolsillo de la chaqueta el pordiosero saca un título universitario y lo extiende frente a la concurrencia.

-Soy un profesional y se me paga por obra terminada bajo la figura de prestación de servicios.- Continuó el anciano.

-No pensábamos premiarlo con dinero compañero, para nosotros la acción que usted ha realizado no tiene que compararse con la inmundicia del dinero.- Respondieron los negociantes en corito.- De ninguna manera nos llevaríamos ese girón de inmundicia que usted ha expuesto en plena vía pública a nuestros domicilios. El gesto que le agradecemos es el de habernos evitado llegar temprano a trabajar.

La obra no está terminada- respondió el pordiosero- se me paga por obra terminada.

Los negociantes siguieron su camino y seis minutos después un par de agentes de policía echaron al pordiosero del lugar no sin antes obligarlo a limpiar toda la inmundicia que había regado en plena entrada del prestigioso edificio.

Quince millones- le dijeron los policías mientras se lo llevaban.-Quince millones en pérdidas le costó a la empresa la tardanza de esos empleados esta mañana.

-Es lo que vale esa obra que acabaron de destruir ustedes.- Respondió el pordiosero.

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El crítico de arte Evaristo Sinisterra, famoso por un sin número de gloriosas hazañas etílicas en las más importantes ciudades del mundo, dijo alguna vez que no había nada más estúpido que hablar de la propia época desde una perspectiva histórica. Se está tan familiarizado con ciertas actitudes y prejuicios que convierten cualquier apreciación sobre la actualidad en una paparrucha sin fundamento científico. Un crítico de arte es, en principio, alguien que sobrevive a partir de su propia inhabilidad para hacer el arte que pontifica. En el caso de que pudiera realizarlo quedaría tan expuesto como todo lo que juzga y aprendería a moderar sus juicios piadosamente evitando las represalias de lenguas y pumas más afiladas que la suya.

Con años y años de guerras, telenovelas, bombas e intrigas nazi-comunistas todo el mundo llegó a aburrirse de los retratos de animales de granja y gobernantes magnánimos. Los paisajes paradisiacos nunca fueron fieles a la realidad. Que alguien diga si Leonardo, tan genial, pintaba árboles que conocía. La humanidad aprendió a identificar la virtud con la condescendencia e hizo de un montón de panfletos cristianos los pilares de la cultura, nuestra cultura que tan poco nos interesa conocer. Pobre de Leonardo pintando vírgenes y querubines mientras se despedazaba cadáveres en la oscuridad enmascarado por el rigor científico. Pobre de Miguel Angel babeándose pintando torsos de hombres musculosos mientras trataba de ignorar que detrás de esas túnicas rosadas, sin ropa interior, estaba el cruel y destructivo Dios todopoderoso.

Sólo en el futuro la imagen alienada y borrosa de esos novelescos personajes cobraría una dimensión como la que puede tener cualquier otro personaje en la mitología del terrorismo, la patriotería y el conocimiento periodístico de la realidad. Es bien sabido que tipos como los héroes del renacimiento, homenajeados magistralmente por las ninja tortugas adolescentes mutantes, no hacían lo que hacían para que un ama de casa de clase media comprara uno de sus cuadros y lo pusiera en una sala de tapete sintético junto a un crucifijo dorado ¿Qué pensaría Leonardo de un turista en el Louvre dándose codazos para ver de lejos un cuadro descascarado?

Cualquier inscrito a una facultad de garaje que gestione títulos de artistas y poetas desearía que su labor fuera apreciada por la clase dominante como sucedía con esos ídolos ¿Quién no se sueña con codearse con la gente importante y posar frente a ellos de genio incomprendido con la mirada ausente? La labor del artista no ha cambiado durante siglos. El problema es que la competencia ha desbordado los límites del mercado y de la dignidad humana (si es que existe tal cosa). Cualquiera que sepa acomodarse la mano en la barbilla y utilizar términos como perspectiva y matiz no se hace merecedor a un salario en éstos tiempos. Es mejor que el dinero se vaya a una piscina o a las tetas de la esposa, diría alguien con dinero. El mundo está lleno de soñadores y entre ellos caminan los que nunca duermen, los que ya no sueñan.

Los soñadores sueñan con lo que ven y lo que ven es el paraíso, un mundo de triunfos y glorias, como en la televisión. Por la vida se va corriendo como en una carrera de obstáculos y uno se olvida de que las carreras son sólo una forma idiota de ponerse por encima y por debajo de otros en un escalafón plagado de otros deficientes que, como uno, corren como idiotas sin mirar nada de lo que pasa alrededor. Llegar, ganar o perder. El perdedor es único que ve la carrera de cerca.

Desde que el mito de la belleza fue desvirtuado a través de los más rigurosos métodos científicos, la humanidad (lo que quedaba de ella) tuvo que esforzarse mucho para encontrar un nuevo tema para el arte. Los paisajes de antaño habían sido destruidos, Dios había sido desenmascarado como un viejo inútil y dipsómano sin ninguna disposición para el trabajo y nada había dado un golpe más sublime sobre la faz de la tierra que el estruendo de las bombas. Por años y años el artista ha querido comprender la oscuridad de la psiquis de la persona promedio para poder sobrevivir pero ésta se le ha hecho esquiva e incomprensible tanto como el arte es esquivo e incomprensible para ella.

¿Cuál es el sentido del arte entonces? Ninguno ¿Por qué es que todo tiene que tener sentido en la vida? Estudiar ciencias tiene un sentido a corto plazo si dicha disciplina se mira desde el punto de vista de la sobrevivencia pero, ¿tiene algún sentido inventar una máquina para fabricar borradores? No ¿Entonces por qué debe tenerlo una obra de arte? No lo sabemos. En el carrusel de las actividades y los oficios, la sociedad, unida como patético conglomerado bajo esa odiosa palabra, delegó a los artistas la tarea de la búsqueda de sentido como si ésta tuviera algo que hacer en medio de un montón de actividades sin sentido. Del renacentista que identifica las leyes de la creación a través de la obra se pasa al artista que evidencia la completa carencia de sentido a través de una compleja y profunda espiral de decadencia.

Ahora bien. El artista es alguien que, sea bueno o malo, sacrifica su propia humanidad al público. Si es uno que sólo se interesa por el dinero y el reconocimiento, tiene que sacrificar su propio criterio y pensamiento a las manos grasientas del comercio; si es uno al que le interesa demostrar que el mundo y sus criaturas son una masa de organismos que se reproducen robóticamente, tiene que sacrificarse, en cambio, a la incomprensión y el mal trato.

El maltrato entonces se convierte en odio y el odio en arte. El arte es la delicada relación entre el artista y el público, que se odian recíprocamente. La única manera de relacionarse sin hacerse daño es a través del intercambio comercial y la acción de un galerista que pocas veces se ubica entre las partes de manera neutral.

Establecido el dogma a través del cual el artista puede aspirar a vivir lujosamente de su oficio hace falta que lleguen todos los que se especializan en pelear dogmáticamente contra los dogmas. Aparece entonces, como enviado del mismísimo infierno, el que se burla de su propia condición a través de la resignada aceptación de su destino y la metódica flagelación contra sí mismo. Es necesaria la resignación para acabar con la nociva apreciación de la propia dignidad artística. El artista es aquel que logra sufrir cristianamente y con toda la sinceridad el horrible trato de la civilización y sin pena es capaz de traducirlo a un lenguaje susceptible a la apreciación de alguien más. El verdadero artista es aquel que no tiene respeto por su propio título y que de su disciplina y modo de vida sólo rescata los gestos agresivos y misántropos que la mantienen lejos de los infieles, los que no ven más que bienes y servicios.

¿Cuál es entonces el problema si todo está tan claro? El problema es de dirección. En un mundo en el que el éxito de los mensajes no depende de la sintaxis o la semiótica sino del medio a través del cual se envía el mensaje, por idiota que éste sea, hay quienes se encuentran en ventaja con respecto al resto, no por su capacidad (que en éstos días no es una ventaja), sino por una tonta capacidad de relacionarse con los clientes a la que se la hace culto por éstos días. Hoy en día todos somos vendedores y todos queremos vender porque si no se vende no se vive. Evidentemente el problema no está en querer sobrevivir ni en pensar que el arte es una disciplina de asalariados como todas las demás porque lo es, tal vez en peores condiciones que las demás. El problema está en la lógica del mercado de oferta y demanda y lo que el público desea o cree desear.

Cuando el arte se convierte en una manera plástica de abofetear a los incautos es natural que haya pocos compradores. Es ahí cuando se evidencia el gran problema ¿Hay que cambiar las bofetadas por caricias? No ¿Pero si la gente no quiere bofetadas va a pagar por ellas? No son bofetadas para el que las aprecia. Paradójicamente las bofetadas nunca son sentidas por su destinatario porque éste es quien no se acerca a la obra.

Van entonces casi tres páginas de palabras que no van a ningún punto, que no se refieren a la obra en cuestión. De nada sirve hablar de composición, textura y demás palabras de cajón que sólo distancian a las personas de la esencia de las cosas. Algo que es muy importante es terminar de una vez con la barrera entre el artista y el público. Nadie soporta más a los artistas que hablan de sus procesos y obsesiones disculpando así la levedad de sus obras. Entender una obra como obra de arte es reconocerle una posición de superioridad y en el caso de muchas de las pinturas de G.Guzmán es darles la razón y no entrar en el juego que proponen.

Hay toda una serie de retratos de personajes disfrazados babeando mientras miran al que ve los cuadros. Queda claro que esos personajes osaban como posa el espectador, son su espejo, lo ridículo que puede ser un visitante a una galería. Las diferencias entre las personas y los simios son de tipo capilar. A través de una cuidadosa mezcla de colores y un dibujo meticulosamente planeado se llega a una burla del proceso mismo, mezclar los colores para decir que las personas son simios es una serpiente que se muerde la cola, la caricatura del artista y sus mágicos procesos. La técnica y la razón utilizadas en su contra. Se trata de un proceso absurdo de quien se burla de sí mismo a través de su propio oficio “Giorgio, Fuck you!”

El mundo moderno está obsesionado con los artistas y sus obsesiones. No se es un artista si no se habla siempre de lo mismo. Los artistas de hoy tienen series infinitas sobre los mismos temas, producen en serie cuadritos inofensivos aptos para cualquier sala de casa. Fáciles de pintar, de digerir y de comprar. Es difícil encontrar a alguien que explore el mundo y que no quiera decidir que lo que no le interesa no le interesa a nadie. El trabajo de G. Guzmán es ante todo una exploración del mundo, vomita lo que ve y oye sin parámetros de autotraición. Guzmán no se vende a través de lo que hace sino que se conoce y conoce al resto. Esto puede sonar a frase de cajón y lo es, pero que lo sea no implica que no pueda ser cierta. Guzmán no hace retratitos de gente linda ni piensa que sus pensamientos sobre las cosas le interesan al resto. Como dije antes no se está vendiendo a si mismo. Su obra es una reacción y no un comentario.

Entre ciudades ruidosas y mugrientas enmarañadas con tinta industrial de esfero Bic cristal y retratos de simios que hablan a través de la camiseta, entre sombras, luces y colores revueltos, se configura la obra de alguien que no busca un estilo que lo haga reconocible para el ojo poco entrenado. No se trata de un Botero autoencasillado y pretencioso sino de alguien sincero que no quiere demostrar nada, sólo mostrar lo que le sale de las entrañas. La ciudad, la estupidez y la mierda en sus buenos y sus malos momentos de las manos de alguien que, de seguro, no quiere ser llamado artista, a diferencia de todos los que no los son, si es que serlo significa algo.

Patria es muerte, perderemos! Hasta la victoria nunca.

Apuntes Salvajes




I
La historia era de alguien que escribía cartas al pasado; alguien que trataba de escarbar algo de su historia, haciendo énfasis en sus errores, en las cosas que no pudo hacer y obviamente en las cosas que nunca tuvo. Esas cartas poco a poco revelaban un proyecto nuevo de vida, principalmente: viajes y muertos. Se hallaron cincuenta cartas, un bloc vacío con un epígrafe ilegible, unas balas y un labial. No hay nombres, no hay huellas (no pregunten por qué); tampoco hay una casa, ni un apartamento. Todo se encontró debajo de un puente, por casualidad. No sé nada. No sé ni cómo comenzar, y mucho menos a quién pedir ayuda. Nunca tuve la presencia de mis padres: papá desapareció cuando tenía 5 años, no sé si huyó de nosotros, o si realmente murió. A ti escribo esto, porque sé que pese a que estás muerto puedes darme la respuesta. Yo te busco todas las noches, miro hacia arriba y trato de encontrarte dentro del cielo. Trato de verte en cada gramo de estrella, en cada nube que se disuelve con el viento. Igual, sé que fracaso porque desde dónde estás no me ves y no me reconoces. Han pasado muchos años y ahora soy distinto, ya no cargo esos anteojos azules enormes de cuando era niño; la camiseta de pescados que odiabas la tuve que regalar; ahora soy mucho más grande, quizás mucho más delgado y, sobretodo, pelegrino. Viajo siempre, no puedo quedarme en ningún lugar porque siento que alguien me quisiera matar. No sé si huyo de alguien, o de mí mismo, o de este pasado que evoco siempre, escribiéndote a ti, abuela, o al tío, o a William Brett, o al mismo abuelo. A veces tengo miedo. Sentía que me encontraba frente a un personaje extraño, algo nostálgico y cobarde. La letra de sus cartas era bastante pequeña, casi que insegura, eso me mostraba algo de su personalidad: lento, obeso, fastidioso, pero pese a todo, audaz. La carta, la número treinta y dos, no decía mayor cosa. Me interesaba por un nombre, por el único dato que aparecía: William Brett. ¿Un William Brett en Colombia? Pasaron los años y me aburrí, por eso llegué a la ciudad, a Bogotá, no sé por qué, caminando me detuve aquí. A veces iba a Cali, a Pasto, a Medellín, al mar en Cartagena, y después volvía a la capital. A veces hacía un salto a Venezuela, o a Panamá a vender algunas baratijas, y volvía a Bogotá. Cómo te dije antes abuela, y como creo que te he dicho siempre, alguien me persigue, por eso viajo… viajo mucho, conozco millones de lugares: pueblos, ciudades, capitales, etc. Sé que alguien me persigue, pero no sé quién es. A veces trato de pensar y recordar mi infancia, y siento que lo he visto antes. Lo imagino y me tiemblan las piernas, sudo frío, me dan nauseas y salgo corriendo. Corro cuando de pequeño acompañaba a mi papá al estadio, allá en la Patagonia; cuando lo acompañaba a correr por el campo, mientras insultaba a uno que otro italiano, o mapuche maloliente. Me gusta correr, me siento atleta. Creo que corro igual de rápido a cuando de pequeño te buscaba por un beso; o cuando huía de la ducha o de los asquerosos remedios que papá o el abuelo daban para mejorarme. (…) ¿Abuela, no me ves? Aquí estoy al lado tuyo, con mi camiseta de pescados, con mis frías manos que buscan tu anteojos, o tus manos para que me lleves al parque. ¿Dónde estás? Esta noche salí a buscarte y no te encontré, así como cuando me llevaron a saludarte y no te veía más, te habías escondido en un ataúd, te habías muerto para no volverme a ver jamás. Desde ahí no te veo, te recuerdo mucho. No paro de escarbar en la tierra, en mi mente, buscándote, y sé que te encontraré.

II
El cuerpo reposaba en un árbol en La Calera. La soga soportaba el cuerpo muerto comido por las moscas. En el pantalón encontraron una tiza blanca y un puñal; en la camisa un bolígrafo. Bustillo se asqueó y vomitó, no podía creer las condiciones en las que había quedado el cuerpo. Sacó su celular y mandó un mensaje de texto. Pidió que lo llevaran a la Morgue y que hicieran lo posible para que el padre se enterara.

III
Al señor Y, en Argentina, le habían dicho algo de suma importancia. Tras años de esperan, algo lo había llevado a la Península Valdés, al norte patagónico, en busca del hijo de Butch Cassidy, se decía que no había muerto como se decía, sino que había logrado huir de la policía y junto a su caballo había logrado escapar, inicialmente a Chile, después a Bolivia y por último a Paraguay. Se decía que había regresado a la Argentina a reclamar un dinero por el trabajo que había hecho en el año de 1942. Se sabe que indignado había llegado a la Patagonia exigiendo su dinero, pero en realidad, jamás lo recompensaron. Trató de buscar a su amigo Osvaldo Soriano, pero se dice que le dijeron que había muerto. Luego de maldecirlo, compró otro caballo y fue al mar; se refugió durante un largo tiempo en Puerto Madryn y después se fue a la Península. No se sabe a qué, no se entiende en qué momento, el hijo de Butch Cassidy, había cambiado su silbato de árbitro, por paseos ecológicos. El señor, digamos de una vez, el detective Y, una persona de unos setenta años de edad, algo obeso, con poco pelo blanco y un bigote grueso; exponía como siempre su pequeño tamaño: su figura encorvada y baja. Se notaba cómo había envejecido, cómo ayudar con la ley, cómo divertirse al póker y al Gancia, había pasado fugazmente. Ahora se sentía viejo, con ganas de terminar su trabajo, de encontrar ese tesoro clave que le habían arrebatado en el futuro. No le importaban las condecoraciones, los agradecimientos de los militares, los hombres que habían muerto por una causa justa mientras lo ayudaban con su trabajo: él quería encontrar a Cassidy, hijo. Darle su merecido y encarcelarlo de una vez por todas. A oídas había sabido que estaba en el sur; viajo hacia allá, dejando las enormes construcciones de Buenos Aires, para acercarse a un paisaje totalmente rústico y seco. Más abajo iba, más pobre y monótono era el paisaje. Jamás había salido de Buenos Aires, estaba asustado, no se identificaba con ese otro país, con esa otra parte que había sido de sus padres, de sus jefes. Veinte horas después de viaje, logró llegar a Puerto Madryn; tenía dolor de espalda y las hemorroides durante el viaje se le habían alborotado. Compró una crema cerca a la playa y después, en el hostal, se la puso. Durmió y después salió a la búsqueda del tesoro. Cargaba con una foto vieja de Cassidy, hijo; quizás ahora tuviese más canas, menos pelo; un poco menos atlético. Nadie le dio respuesta, nadie lo había visto, nadie lo reconocía. Algunos lo confundieron con el cura del pueblo, otros con el comisario. Casi a la medianoche, Y logró hablar con un tipo algo calvo que decía ser el dueño de un hostal. Le dijo que había hospedado a alguien similar al de la foto; que habían jugador billar, había tomado unas cervezas y que después había desaparecido. “¿Pero este es el mismo hijo de puta que le robó el mundial a Alemania en el 42? No puedo creer que yo haya sido tan pelotudo de tratar con este hijo de re mil putas. Me dijo que se iba a la Península, a robar sal para vender en Bolivia. Qué boludo yo”. Y salió a la Península, fue por su auto y emprendió camino. La distancia era corta, pero Cassidy podía meterse por cualquier parte, con su caballo, con su astucia invisible, con la misma que había podido burlar a más de uno. Se encaminó hacia el desierto y allá, la verdad y el destino, se le revelarían.

IV
Las noches no son las mismas desde cuando te fuiste. Te sigo esperando en la puerta, mamá. Te escuché discutir con mi papá y vi como te fuiste mientras llovía. Como tomaste el taxi y te fuiste. Mi prometiste que volverías, pero mírame, acá sigo, sólo, triste y solitario en el final de mi vida. Mamá, qué te hice, ¿te asusté? ¿Pensaste que sería distinto?¿Te desilusioné? Mamá, acá te espero, date prisa, tengo hambre y papá no para de discutir con el vecino. (…) Mamá, qué pasa, han pasado quince años, o más, y no llegas, no sé de ti. ¿Dónde estás? Renunciaste a mí, renunciaste a este joven que soy ahora; a este idiota que decora este mundo. Mamá, ¿dónde estoy? dime que me escuchas detrás de la puerta mientras hablas con papá. Dime que me estás cubriendo con las cobijas mientras sueño que estamos en Francia, en algún lugar lejano de vacaciones, los tres. Acá sigo, esperando con los tiquetes en la mano, con las valijas hechas. Sigo viajando, sigo buscándote y no te encuentro. Han pasado canciones, músicas disonantes, muertos, sangre y lágrimas. He olvidado tu rostro, he perdido tu abrazo, tu risa ha desaparecido, tu aroma se mezclo con las calles podridas de esta ciudad. ¿Dónde estás? Te fuiste para siempre con tu recuerdo.

V
Cuál era mi interés por este sujeto: ¿las cartas o las balas? Las cartas hablaban de su infancia, que revelaban eso que ya he dicho, una persona inquieta, solitaria, con muchos defectos, con un pasado bastante oscuro. Quería descubrir qué escondían esas páginas viejas y translúcidas; quería poder saber qué guardaban, que sujeto había detrás de esto. Me inquietaba: comencé con William Brett. No encontré nada, sólo un par de cuentos donde él era el protagonista. El autor era un argentino cuyo nombre olvidé, pero me inquietaba aún más el hecho que le escribiera cartas a un famoso. No conozco los cuentos, no me gusta leer. Traté de localizar al autor, pero ya estaba muerto. La misión se hacía un poco más complicada, no sabía qué hacer. William Brett… imposible, no tenía ni idea.

VI
Compré el periódico, como todas las mañanas. Salí con mi perro a correr un poco, pero como siempre, terminé corriendo detrás de él. Cuando por fin lo pude alcanzar, nos detuvimos en la tienda de la esquina, desayuné y comencé a hojear las páginas del periódico. Me interesaron particularmente dos noticias, la primera era el asesinato de cinco cuerpos, en distintas zonas de la ciudad. Se decía que tenían cierta relación porque el asesino había dejado el mismo objeto al lado de los cadáveres. Además, los cuerpos habían sido asesinados con la misma arma, hecho que evidenció el perfil del criminal. Pero no todas eran buenas noticias, no había dejado huellas. La policía seguiría buscando información, llevando el caso hasta las peores consecuencias. Sabía que pronto lo llamaría para que ayudara con el crimen. La otra noticia tenía que ver con la diva del momento, Alejandra Gaviria, quien firmaría un contrato para la revista de moda para desnudar su cuerpo. Recordé cuando hacía no más un par de años la había tenido en mi cama, encima mío, entre mis labios después que le había salvado la vida. El corto romance me traía igual buenos recuerdos; entendía que yo no estaba para grandes amores, sino para pequeñas aventuras. Había besado a más de cien mujeres, había ya perdido la lista de todas las mujeres con las que había estado en la cama. La foto de Alejandra me hizo sentir cierto cosquilleo en el estómago, traté de sonreír y me marché a la casa. De camino a casa, Bolton, el perro, siguió arrastrándome, era increíble cómo yo tenía que transformarme en el guardián de mi propio perro. Él es un labrador de segunda, más alto de lo normal, con un color dorado intenso; es algo obeso, pero tiene mucha fuerza. Le gusta correr, pero come más de tres veces al día. Es relativamente joven, y es castrado.

Llegamos a la casa y noté que tenía cinco llamadas perdidas en el celular y tres mensajes en el contestador de la casa: “Lo necesitamos en la estación”, “¿qué pasa que no llega?”, tiré el teléfono al piso, dormí una siesta, soñé con Alejandra. Me desperté y salí para la estación. El coronel Bustillo me recibió con una puteada, me preguntó que dónde mierda andaba, que no eran horas para llegar al trabajo. No le pedí perdón, me tomé el atrevimiento de gritarle, de decirle que yo vería qué mierda hacía. Con el coronel tenemos una relación de amor y odio, pero pese a todo somos un buen equipo. Trabajamos desde hace unos treinta años, él está al borde de la muerte, yo estoy al tope de mi carrera.
La misión, como dice el coronel, aunque él sabe que odio esa palabra, es ir tras los pasos del asesinato urbano: cuatro muertos, un mismo asesino, cuatro pruebas, un asesino. Siempre la misma historia, pero al final todos caen.

VII
Las cartas las encontré el día que volví a casa, ¿cuál casa? El pueblo estaba en el piso, las calles de la infancia estaban invadidas por paredes, ventanas rotas; calles hundidas en un vacío cóncavo y profundo. No había pueblo, todo era silencio, todo era destrucción y ausencia. Los recuerdos de las calles, las competencias en bicicletas; las apuestas con mis amigos, el primer beso fugaz en la plaza, habían sido suprimidos por una fuerza gigante y malvada, un puño en seco que había destruido todo. Buscaba mi casa y no la encontraba. Caminaba, pero no encontraba una señal, no reconocía; buscaba el olor de mi madre, el sabor de la comida de mi abuela, el aullido de mi perro. Todos los años de mi infancia estaban enfrente mío, destruidos.

Estaba ahora ahí, enfrente de la inmensidad acaba, buscando mi casa, buscando mi pasado, buscando mis cosas; veía ese pueblo y me sentía viéndome en un espejo, a veces sentía que estaba destrozado como esa casas, mi corazón, mi ánimo. Sentía que volver a casa me hacía sentir lo vulnerable que era. Verme ahí, recordando mi infancia, me rendía cuentas sobre mi presente, sobre la vida clandestina que llevaba en la capital; una vida ruda, de muertos: una vida de detective que nunca esperé, que me llegó de la nada cuando aquella mañana de lluvia en Bogotá un señor se escapaba después de apuñalar a mi hermano en la Terminal. En esos años, no tenía lujos, solo tenía recuerdos en mi corazón, la foto de mi familia, los besos de mi abuelo, las caricias de mi padre; en esos años pensaba en ser músico, en tocar en Nueva York, o en Europa, fusionarme con mi chelo y ser música. Corrí mucho en Bogotá, ese día, entre la lluvia, salí por la terminal, perseguí al ladrón, a ese asesino. Llegué a la avenida Boyacá, y saltamos y frenamos carros; corrimos entre trancones, me vi como en esas películas que veía en la televisión cuando era chiquito; cuando mi papá me decía “Hijo, no puedes ver esto. Vete a hacer tareas”; tareas que nunca hacía, me entraba a mi cuarto y por el entre abierto de la puerta veía balas, peleas, sangre, persecuciones, y era feliz. Ahora era yo ese que corría, eso que buscaba venganza y respetar el honor. Seguimos corriendo y en cierto momento, logré alcanzarlo. Lo agarré del cuello y lo boté hacia un carro; era una señora quien lo conducía y lo primero que hizo fue gritarme “¿Qué hace?”; yo no respondí y seguí golpeando al ladrón, ya no era la rabia que me invadía por hacernos robado la plata, el único capital con el que contábamos para sobrevivir en la capital, sino el haber herido a mi hermano. Su mano tenía sangre, le dije algunas groserías, le di algunos puños en el estómago, un rodillazo. “Señor, ¿por qué le pega?”. “¿Qué quiere de mi?”, le apliqué una llave y pedí que llamaran a la policía. El tráfico ahora estaba peor; ambos estábamos en la mitad de la vía impidiendo el paso, hasta que la policía se lo llevó. Lo que nunca esperé es que el policía que vendría fuese un viejo amigo del pueblo; el me dijo de pasar por la estación y bueno, pasaron los días, los meses y los años y mi trabajo funcionó siempre. Ahora, de vacaciones, regresaba a mi infancia, a mis días felices, enfrente del holocausto, en frente de la muerte. El terremoto se había llevado todo.

VIII
“Che, regreso a Baires con Brett. Por fin tengo a este hijo de puta. Me pegó un tiro en la pierna, pero por suerte estoy mejor. Esperanos para que lo conozcas, el pelotudo dice que es inocente, que la culpa es de Soriano. Saludame a mi mujer, Y”.

IX
Había llegado al último lugar del crimen, había escuchado las declaraciones de los testigos en el barrio de Pablo VI, había ya estado en el norte, en Voto Nacional, y evidentemente, no había huellas, no había marcas que ayudaran a revelar el asesino: sólo cinco muertos. Todos los cuerpos habían sido apuñalados en el estómago, y todos estaban inscritos dentro de un círculo pintado en el pavimento con distintas letras. Llevaba cuatro y la última que se leía, era una E. Anotó eso en su agenda y siguió analizando el lugar, los cuerpos los habían retirado hacía varias horas, sabía que tenía que ir a la morgue y hablar con los forenses, cuando estaba por irse, un policía lo detuvo y le dijo que habían encontrado algo. Le pasó una bolsa, le agradeció y se fue. Caminó hacia la calle 53 y paró un taxi. En el caminó vio una valla publicitaria con la foto de Alejandra, la recordé desnuda al lado de su cama, se sintió incómodo y miró para el otro lado. En el horizonte desvanecía el día, estaba cansado.

X
Pienso volver, creo que es hora de regresar a buscarlo, padre. Estuve planificando mi regreso; estuve pensando qué hacer, escribí todo en mi cuerpo y ahora estas páginas tengo que abandonarlas. He viajado por todos lados y creo que aquí es donde tengo que dejarlas. Tengo que abandonar mi vida, tengo que ser otro para entenderlo, para verme con mamá y recordar el beso de mi abuela. No tengo más palabras, las lloré todas; como escritor de poesía, he gastado mi tinta revelándome mi vida, ahora tengo que abrir la puerta e irme. William Brett, voy hacia usted.

XI
“Yo no escuché ningún ruido extraño, yo salía a comprar el pan para la cena y algo de leche, y vi un señor con una gorra que salía corriendo. Cuando me adelanté, vi que la sombrita que veía de lejos era un señor que se estaba muriendo”. “Yo escuché un grito, me asomé por la ventana y vi a la señora muerta”. “Yo vi a un muchacho arrastrando a un cuerpo dentro de un círculo que había pintado como en tiza. Me dio mucho susto y me escondí detrás de un poste, no me hubiera gustado ser yo la muerta”. “El señor me pidió una Pepsi, se la tomó y cuando salió un muchacho lo envistió con un cuchillo, después se lo llevó. Yo llamé a la policía y no supe más”. “Mas bien bajito y gordito; tenía unos jeans rotos en las rodillas y tenía un saco de lana gris. Tenía los ojos negros, pero el pelo como castaño claro. No señor, el señor era un poco más delgado. Eso, eso, el dibujo está bien; aunque alárguele un poquito los labios y agrándele la nariz. Si. Que por qué. Porque yo me había caído cuando me bajé del bus, el señor me ayudó a pararme y me pidió una dirección después. Tenía un acento raro. Yo le dije que iba cerca de ese lado y caminamos las cuatro cuadras. Me dio las gracias. Su mirada se me hacía extraña y lo miré fijamente. Vi que se agachó y pintó algo. Yo me entré a la casa y, al rato, cuando salí a misa vi que había mucha gente en un mismo lugar. Me estaba acercando y escuché que decían de llamar a la policía, de llamar una ambulancia urgente. De pronto alguien gritó ‘se murió’ y reconocí el dibujo. Me asusté y comencé a regar el chisme. Alguien me dijo que había visto a la misma persona en la panadería, que estaba un poco sudoroso y pálido, pero que después se fue. No, no, le dije que le alargara la boca señor. Eso, ahora sí, ahora sí”.

XII
Pocos son los momentos que tengo para sentarme en este viejo escritorio y escribir cosas. El laburo poco tiempo me deja para reflexionar sobre tantos años de estar pensando en muertos y en asesinos. Mi vida se ha debatido entre la vida y la muerte, entre el agua y la sangre. Estoy cansado, tantos años en esto me han llevado a sentir un gran cansancio. Estoy agotado, tantos asesinos atrapados, tantas pistas reveladas, tantos inocentes culpables. Pocos momentos son los que he podido estar con mi esposa y con mis hijos, me dicen que soy el único pelotudo que se liga a una chica durante tanto tiempo. Que soy el más romántico de todos en la policía. No se equivoca, soy un pelotudo, pero porque no puedo parar de pensar en mi esposa y en mis hijos. He tenido cualquier basura en frente mío, he tenido todo un país ausente y desaparecido en los años setentas, yo mismo tuve que desaparecer del panorama; no está bien visto un detective dentro de una dictadura; sientes que te buscan, que te necesitan para ayudarlos, para venderte como una mina y violarte, o para matarte. He vivido de todo, he tenido las peores experiencias en esta vida que tengo, aunque trate de tomármela a la ligera. Siento que estoy al final de mi carrera; quiero disfrutar mi pensión y vivir mis últimos años en calma, sin tener que pensar en los criminales, en los hijos de puta que arruinan la dignidad de este país. Quiero olvidar a Brett, a ese bastardo que me inquietó mis últimos 20 años de profesión; ese imbécil que se escondió por todo el país, sur, norte, este, oeste; en Chile, en Paraguay, en Uruguay, en Brasil; ese pelotudo que arruinó a Italia en los años 40, arrebatándole los títulos de fútbol; ese guacho que se unió a los Mapuches y jugó a ser el vaquero sudamericano. Sin duda se creía Butch Cassidy, su padre, muerto en el Sur, en este sur laberíntico y oscuro con hambre de gol. William Brett me persiguió en este tiempo, no lo podía atrapar porque él estaba detrás de mí, detrás de mis sueños, de mi trabajo, de mi familia: era una obsesión que no podía vencer. Por fin, ayer logré encontrarlo, rendido a mis pies como un león, hecho una sombra, como un cuerpo viejo y escalofriante. Me dijo que era inocente, que había hecho lo correcto. Confesó que los nazis le habían pagado mucha guita para que les ayudara a ganar el mundial jugado en la Patagonia, pero que los Mapuches al final lograron salirse con la suya y destruir otra de las utopías nazis. Contó que estuvo perseguido por Franco y por algunos fascistas llegados a Sur América. Me contó que había tenido un hijo con una chica que había olvidado, que ahora lo estaba buscando para pedirle perdón y aceptar que fue un cobarde. Me entregó el silbato con el que había pitado la final en la Patagonia, el rifle con el que había asesinado a tanta gente en Ushuaia y una carta ilegible. Me preguntó por Osvaldo Soriano y le dije que había muerto, sonrió y dijo “hijo de puta”, yo lo encerré y escuché que lloraba. No pidió llamar a nadie, ni a contratar un abogado. No estoy tranquilo, pensé que iba a ser un caso difícil, pero creo que va a pasar algo, no sé, mi intuición non falla. Ahora, quiero comer asado y una cerveza, quiero estar libre unos días y ver la tele. Quiero descansar.

XIII
Sabía que no era un imbécil, que las letras encontradas T-B-T-R-E, formaban Brett. Recordó las cartas encontradas en su pueblito, pero le pareció una coincidencia estúpida. No creía que fuera el mismo William Brett del hombre deprimido, ahora asesino, de esas cartas casi ilegibles. ¿Había coincidencias? Nunca en su trabajo. ¿Podía ser una coincidencia? Por qué no… llamó al coronel Bustillo, le contó de su descubrimiento, pero este lo mandó a la mierda, le dijo que no fuera tan imbécil, que esas cosas no tenían coincidencias. Que no fuera tan huevón y que se pusiera serio y que trabajara serio, que si no lo echaban y que le importaba un culo. Al rato calló al coronel, diciéndole que pensara lo que quisiera, que no fuera tan cretino y que le dejara hacer su trabajo. Le tiró el teléfono y siguió mirando las fotos. B-R-E-T-T… T-E-R-B-T, R-E-B-T-T; nada tenía sentido, se tomó un aguardiente y siguió pensando. Sacó las cartas que tenía, y trató de crear algún orden. Supuso hallar la última carta y leyó “estuve planificando mi regreso”. ¿A dónde? ¿Qué querrá decir este marica con esto? B-R-E-T-T… William Brett, “voy hacia usted”, “padre”. ¿A quién le importa? ¿Para qué quería poner en evidencia eso? B-R-E-T-T. Pensó en los barrios donde habían sido los crímenes: Pablo VI, Santa Ana, Chapinero, Voto Nacional y el Minuto de Dios. Sacó un mapa de Bogotá y encontró las zonas, unió puntos y vio cómo se formaba un triángulo casi que isósceles, cuyo vértice indicaba el sur. Trató de vincular esos puntos, que en realidad eran barrios, con las letras: B-R-E-T-T, Minuto de Dios, Santa Ana, Pablo VI, Chapinero y Voto Nacional. Pensó en Borges y en Lönnrot, se sintió engañado, pensó que era alguien que lo estaba persiguiendo y que lo quería matar. Pensó en Scharlach y soñó que corría por un callejón oscuro y sin salida mientras huía de él, de pronto lo convencía de un error que había cometido y le pegaba un tiro en la sien. Se vio en una calle de San Victorino acosado por un drogadicto. Estaba consternado, estaba cansado; el perro comenzó a ladrar por el balcón de la casa, trató de callarlo y no pudo; después fue por comida y vio que el perro había agarrado su maletín y lo estaba mordiendo. Lo persiguió un rato y no pudo quitárselo. Apagó la luz, se recostó en el sofá y encendió la televisión y se quedó dormido mientras trataba de entender ese pasticce. No podía creer que una casualidad pudiera ser la respuesta a esos crímenes y a esas cartas. Igual, lo tenía todo, pero no sabía nada.

XIV
La bolsa que me había pasado la policía no la había querido abrir todavía; quería ir a la morgue y analizar los cuerpos y después atenerme a lo que me podía esperar. Había salido de la casa caminando, como todos los días, pero estaba un poco prevenido: me sentía asustado, creía que todos a mi alrededor me querían hacer algo. Comencé a sudar frío, encendí un cigarrillo y tomé un taxi sobre la séptima. Cuando llegué a la morgue, el forense me dejó analizar los cuerpos, detallé las heridas y todas eran iguales, cinco cuerpos muertos, cinco almas fusiladas por el azar. Me senté en el piso del corredor y pensé, pensé. No quería ser Lönnrot, pero sabía que estaba en el medio de algo muy extraño. Temeroso abrí la bolsa y encontré una carta, un lapicero y una postal. Leí la carta después miré la postal que venía desde Puerto Madryn y firmaba William Brett. Crucé los cables y llamé al coronel Bustillo, me dijo que qué raro todo, que me fuera a toda mierda a la comisaría, que iba a tratar de averiguar algo para solucionar esa maricada. No sabía si reírme por la vulgaridad del comandante o si salir corriendo por las coincidencias. Salí directo a la comisaría. El capitán me abrazó, me sentí muy humillado, me dijo, que mañana me iba para Argentina, que allá me esperaba un tal Y, algo así, y que todo corría por cuenta de la policía. No le entendí nada, solo supe que tuve que buscar a mi mamá para que me cuidara al perro, tenerle que repetir todas las cosas para que ojalá no le fuera a comer toda la casa. Empaqué algo de ropa, me afeité y me fui.

XV
Me chupo un pito, ¿que terminó en Colombia? Pero quién es ese pendejo, de dónde apareció. ¿William Brett, el hijo de Butch Cassidy allá? ¿El hijo de Brett? No General Bustillo, no tenía idea que ese pelotudo tuviera un hijo. Además Cassidy se murió, lo contó hasta Soriano; parecía que le estuviera haciendo un tributo, como cuando cantaban las batallas de Bolivar o San Martín. He buscado a ese pelotudo desde que tenía veinticinco y ahora que tengo casi ochenta aparece ese hijo de remilputas. No Bustillo, ¿pero quién viene? ¿Y ese de dónde salió? Y jamás lo había escuchado. ¿Viejo? Me decís viejo, Bustillo, acá me rompo el culo laburando. Igual, decile a ese que venga, yo le pago todo. No me importa Bustillo, he buscado a ese gil durante toda mi vida y no voy a ceder cuando aparece algo que me conecte a él. Bueno, chau.

XVI
Hablaron por teléfono, quedaron de encontrarse en Pueyrredon y Corrientes, para ir a tomar un café, Y no pidió anticipos, le confirmó el lugar, le recomendó agarrarse la línea B del subte y le dijo que fuera puntual pues tenía una cita a la noche con la esposa. Y colgó y llamó a su esposa, fue cariñoso, encendió un puro y fumó. Pensó en el mundial del ’42 y en Butch Cassidy solucionando los problemas en el campo de juego con disparos. Pensó en las últimas charlas con Soriano y lo extrañó. Leyó un poco de poesía, vio el estado del tiempo. Llovería al día siguiente, se acercaba el invierno. Tomó un Gancia y se echó la siesta.

XVII
Se le había hecho tarde y tomó un taxi; la cuenta le salió muy costosa, pensó en protestarle al conductor pero prefirió callarse y evitarse una discusión con un argentino. Los odiaba. Abrió la puerta del taxi, antes se miró por el retrovisor y se arregló la camisa y la corbata, odiaba vestirse así. Abrió la puerta y apenas puso pie en tierra, pisó excremento. Puteó mentalmente. Se limpió el zapato de charol en la acera enfrente al bar que le había dicho Y. Entró enojado y trató de buscarlo. Y le levantó la mano, le había exigido a Bustillo una foto de él. Su perfeccionismo no lo dejaba libre, además, tratándose del caso de Brett, esperaría que todo saliera sin falta alguna. Hablaron durante un par de horas, Y se enteró de todos los detalles de su compañero, nuevo, de trabajo y trataron de crear un plan. Y dijo que se encargaría de todo, que Brett aparecería vivo o muerto, pero que lo necesitaba junto a él, que no se devolviera a Colombia. Se estrecharon las manos y ambos se fueron; uno se perdió por el microcentro, pero aprovechó para conocer la Casa Rosada y el Luna Park; mientras que el otro se encontró con su esposa para celebrar no solo sus bodas de oro, sino la posible captura de William Brett.

XVIII
He dado vida al silencio; te he traicionado padre. No sé por qué lo hice, sufrí tu mentira y tu ausencia, el vacío que dejaste, es una huella, una sombra que me persigue hasta en mis sueños. Te busco por mis venas, te encuentro en mi mano; te conozco, reconozco tus rostros. Veo al abuelo en tus ojos, las fotos no mienten, esas tatúan la historia y lo dejan todo como una mancha enorme. Me cansé de huir y sé que el viaje hasta ahora comienza. Es hora de partir, no quise ser como tú, lastimosamente maté a cinco personas, pero la muerte de ellos era la marca de tu maldad y de tu filosofía. Solo tengo que pedirte perdón, y exigirte perdón, porque crecí sin ti, con tu silencio, con las lágrimas de mamá en mi rostro, con este mundo encima de mí por ti, por lo que eres. Cuidate papá, yo me voy, perdóname por dejarte solo, no quiero vivir más esto, quiero estar tranquilo con todos, conmigo; quiero reencontrarme con mamá y allá te esperaremos. Hasta siempre.

XIX
¿Que arrancó? Pero para qué me quería a mí acá en Buenos Aires si no estoy haciendo nada. ¿De turista? Señorita, excúseme, pero dígale a Y que tiene huevo. ¿Puerto Madryn? ¿Y eso dónde queda? ¿Cuánto? Y yo cómo me voy hasta allá señorita. No excúseme usted a mí, le parece justo, me vengo desde Colombia y este señor se larga así nomás sin avisarme nada, sin agradecerme. ¿Queja? Excúseme señorita yo llevo un buen tiempo en este medio y me parece una falta de respeto, si se lo repito cuantas veces se me dé la gana. Perdón, perdón por ser grosero, pero no tolero, me rompí el trasero, corrí peligros para que no me tenga en cuenta este hombre, ¿le parece justo? Y claro, el señor se va a llevar todo el mérito y yo voy a quedar como el huevón que soy, por colombiano…

La recepcionista no toleró más el trato recibido, lo insultó, le exigió respeto y le dijo que hasta luego. Este trató de relajarse, caminó un poco por Santafé, recorrió el barrio Palermo, pensó en Brett Jr, el nieto de Bucht Cassidy, pensó que el azar le había vencido al destino; se sintió igual de orgulloso. Llamó a Bustillo desde un locutorio y lo puteó, el general no se quedó atrás y le dijo que se devolviera cuanto antes, porque ya había terminado su labor y lo esperaban para que investigara unos desajustes en la Fiscalía. Lo mandó a la mierda y le colgó. Almorzó algo por la zona y se devolvió a su hostal en Belgrano, encendió la televisión y vio la noticia de Y con Brett preso. Miró a William Brett y le pareció encontrar en él algo del personaje de las cartas; esa desolación, ese rechazo, esa huida que había sido latente. Brett no declaró nada, Y dio un pequeño discurso y apenas escuchó los agradecimientos que este le daba, apagó el televisor y se fue al aeropuerto. Pensó en su perro, en Alejandra, quería hacerle el amor, quería que lo perdonara y estaba dispuesto a hablar con ella. Revisó el reloj en el taxi, dio una última mirada a la ciudad y se prometió regresar.

XX
“Encontramos el cuerpo del hijo de Brett, efectivamente se suicidó. Por favor hágaselo saber a Y para que informe. Lo estoy esperando, no me haga quedar mal. Bustillo”.