Patria es muerte, perderemos!

Junto a una fábrica de profesionales alquimistas que mágicamente participan del milagro de la conversión del papel moneda en papel sanitario, un anciano pordiosero, borracho de gasolina, plomo y uvas pasas, tiene una visión hedionda que se abre camino entre las negras humaredas del progreso. Sin más que tres kilos de su propia mugre, un par de vasos de sudor y dos litros sangre, el anciano distrae el hambre con alcohol y la necesidad de alcohol con la absurda actividad de remedar el acto creador de los sabios del pasado valiéndose hábilmente de tan inmundos materiales. Con las uñas desplaza el hollín que cubre el vidrio de tan imponente edificación y con unos feos garabatos fija el precio de su obra. Scriptum rimanem (¿Así es que va?). El olor a mortecina de las lenguas difuntas ayuda al populacho a mantener la distancia.

A lo lejos una multitud de gente se desplaza en círculos esquivando torpemente los peligrosos automóviles. Los hombres tienen corbatas y las mujeres tacones, cada uno tiene un maletín de cuero falsificado y una calculadora científica. Cada uno le vende una idea novedosa y excitante al que está a su derecha. Esa idea fue realizada con el dinero que ganó con la idea que antes le compró al que está a su izquierda. Los billetes están sucios y raídos por la veloz rotación y la inevitable fricción con los dedos sudorosos de los agitados negociantes.

Con un escupitajo el pordiosero alucinado se acomoda el pelo de la cabeza y le da a sus barbas una curva con tendencia a la inmortalidad. Los negociantes van muy concentrados y no pueden ver el acto sublime que sucede junto a ellos. Con un sorbo largo el pordiosero vacía la botella y se la avienta a los insensibles negociantes que brincan hacia la calle temiendo por la integridad de sus costosos trajes de trabajo. La lengua intoxicada del anciano pordiosero logra retorcerse para pronunciar fragmentos de palabras.

Los negociantes se sonríen unos con otros y se dan la mano meticulosamente. En un gesto de amable cortesía deciden acercarse al anciano para tocarle el hombro en señal de agradecimiento.

-Usted nos ha distraído de nuestra asfixiante actividad y nos ha arrancado una sonrisa. Deje que lo premiemos con algo- dijeron los negociantes en un ridículo coro.

La boca desdentada del pordiosero trata de referirse a una sonrisa con un gesto desgastado por el abuso y responde.

-Les agradezco su buena intención pero no he terminado aún mi obra.-

Del bolsillo de la chaqueta el pordiosero saca un título universitario y lo extiende frente a la concurrencia.

-Soy un profesional y se me paga por obra terminada bajo la figura de prestación de servicios.- Continuó el anciano.

-No pensábamos premiarlo con dinero compañero, para nosotros la acción que usted ha realizado no tiene que compararse con la inmundicia del dinero.- Respondieron los negociantes en corito.- De ninguna manera nos llevaríamos ese girón de inmundicia que usted ha expuesto en plena vía pública a nuestros domicilios. El gesto que le agradecemos es el de habernos evitado llegar temprano a trabajar.

La obra no está terminada- respondió el pordiosero- se me paga por obra terminada.

Los negociantes siguieron su camino y seis minutos después un par de agentes de policía echaron al pordiosero del lugar no sin antes obligarlo a limpiar toda la inmundicia que había regado en plena entrada del prestigioso edificio.

Quince millones- le dijeron los policías mientras se lo llevaban.-Quince millones en pérdidas le costó a la empresa la tardanza de esos empleados esta mañana.

-Es lo que vale esa obra que acabaron de destruir ustedes.- Respondió el pordiosero.

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El crítico de arte Evaristo Sinisterra, famoso por un sin número de gloriosas hazañas etílicas en las más importantes ciudades del mundo, dijo alguna vez que no había nada más estúpido que hablar de la propia época desde una perspectiva histórica. Se está tan familiarizado con ciertas actitudes y prejuicios que convierten cualquier apreciación sobre la actualidad en una paparrucha sin fundamento científico. Un crítico de arte es, en principio, alguien que sobrevive a partir de su propia inhabilidad para hacer el arte que pontifica. En el caso de que pudiera realizarlo quedaría tan expuesto como todo lo que juzga y aprendería a moderar sus juicios piadosamente evitando las represalias de lenguas y pumas más afiladas que la suya.

Con años y años de guerras, telenovelas, bombas e intrigas nazi-comunistas todo el mundo llegó a aburrirse de los retratos de animales de granja y gobernantes magnánimos. Los paisajes paradisiacos nunca fueron fieles a la realidad. Que alguien diga si Leonardo, tan genial, pintaba árboles que conocía. La humanidad aprendió a identificar la virtud con la condescendencia e hizo de un montón de panfletos cristianos los pilares de la cultura, nuestra cultura que tan poco nos interesa conocer. Pobre de Leonardo pintando vírgenes y querubines mientras se despedazaba cadáveres en la oscuridad enmascarado por el rigor científico. Pobre de Miguel Angel babeándose pintando torsos de hombres musculosos mientras trataba de ignorar que detrás de esas túnicas rosadas, sin ropa interior, estaba el cruel y destructivo Dios todopoderoso.

Sólo en el futuro la imagen alienada y borrosa de esos novelescos personajes cobraría una dimensión como la que puede tener cualquier otro personaje en la mitología del terrorismo, la patriotería y el conocimiento periodístico de la realidad. Es bien sabido que tipos como los héroes del renacimiento, homenajeados magistralmente por las ninja tortugas adolescentes mutantes, no hacían lo que hacían para que un ama de casa de clase media comprara uno de sus cuadros y lo pusiera en una sala de tapete sintético junto a un crucifijo dorado ¿Qué pensaría Leonardo de un turista en el Louvre dándose codazos para ver de lejos un cuadro descascarado?

Cualquier inscrito a una facultad de garaje que gestione títulos de artistas y poetas desearía que su labor fuera apreciada por la clase dominante como sucedía con esos ídolos ¿Quién no se sueña con codearse con la gente importante y posar frente a ellos de genio incomprendido con la mirada ausente? La labor del artista no ha cambiado durante siglos. El problema es que la competencia ha desbordado los límites del mercado y de la dignidad humana (si es que existe tal cosa). Cualquiera que sepa acomodarse la mano en la barbilla y utilizar términos como perspectiva y matiz no se hace merecedor a un salario en éstos tiempos. Es mejor que el dinero se vaya a una piscina o a las tetas de la esposa, diría alguien con dinero. El mundo está lleno de soñadores y entre ellos caminan los que nunca duermen, los que ya no sueñan.

Los soñadores sueñan con lo que ven y lo que ven es el paraíso, un mundo de triunfos y glorias, como en la televisión. Por la vida se va corriendo como en una carrera de obstáculos y uno se olvida de que las carreras son sólo una forma idiota de ponerse por encima y por debajo de otros en un escalafón plagado de otros deficientes que, como uno, corren como idiotas sin mirar nada de lo que pasa alrededor. Llegar, ganar o perder. El perdedor es único que ve la carrera de cerca.

Desde que el mito de la belleza fue desvirtuado a través de los más rigurosos métodos científicos, la humanidad (lo que quedaba de ella) tuvo que esforzarse mucho para encontrar un nuevo tema para el arte. Los paisajes de antaño habían sido destruidos, Dios había sido desenmascarado como un viejo inútil y dipsómano sin ninguna disposición para el trabajo y nada había dado un golpe más sublime sobre la faz de la tierra que el estruendo de las bombas. Por años y años el artista ha querido comprender la oscuridad de la psiquis de la persona promedio para poder sobrevivir pero ésta se le ha hecho esquiva e incomprensible tanto como el arte es esquivo e incomprensible para ella.

¿Cuál es el sentido del arte entonces? Ninguno ¿Por qué es que todo tiene que tener sentido en la vida? Estudiar ciencias tiene un sentido a corto plazo si dicha disciplina se mira desde el punto de vista de la sobrevivencia pero, ¿tiene algún sentido inventar una máquina para fabricar borradores? No ¿Entonces por qué debe tenerlo una obra de arte? No lo sabemos. En el carrusel de las actividades y los oficios, la sociedad, unida como patético conglomerado bajo esa odiosa palabra, delegó a los artistas la tarea de la búsqueda de sentido como si ésta tuviera algo que hacer en medio de un montón de actividades sin sentido. Del renacentista que identifica las leyes de la creación a través de la obra se pasa al artista que evidencia la completa carencia de sentido a través de una compleja y profunda espiral de decadencia.

Ahora bien. El artista es alguien que, sea bueno o malo, sacrifica su propia humanidad al público. Si es uno que sólo se interesa por el dinero y el reconocimiento, tiene que sacrificar su propio criterio y pensamiento a las manos grasientas del comercio; si es uno al que le interesa demostrar que el mundo y sus criaturas son una masa de organismos que se reproducen robóticamente, tiene que sacrificarse, en cambio, a la incomprensión y el mal trato.

El maltrato entonces se convierte en odio y el odio en arte. El arte es la delicada relación entre el artista y el público, que se odian recíprocamente. La única manera de relacionarse sin hacerse daño es a través del intercambio comercial y la acción de un galerista que pocas veces se ubica entre las partes de manera neutral.

Establecido el dogma a través del cual el artista puede aspirar a vivir lujosamente de su oficio hace falta que lleguen todos los que se especializan en pelear dogmáticamente contra los dogmas. Aparece entonces, como enviado del mismísimo infierno, el que se burla de su propia condición a través de la resignada aceptación de su destino y la metódica flagelación contra sí mismo. Es necesaria la resignación para acabar con la nociva apreciación de la propia dignidad artística. El artista es aquel que logra sufrir cristianamente y con toda la sinceridad el horrible trato de la civilización y sin pena es capaz de traducirlo a un lenguaje susceptible a la apreciación de alguien más. El verdadero artista es aquel que no tiene respeto por su propio título y que de su disciplina y modo de vida sólo rescata los gestos agresivos y misántropos que la mantienen lejos de los infieles, los que no ven más que bienes y servicios.

¿Cuál es entonces el problema si todo está tan claro? El problema es de dirección. En un mundo en el que el éxito de los mensajes no depende de la sintaxis o la semiótica sino del medio a través del cual se envía el mensaje, por idiota que éste sea, hay quienes se encuentran en ventaja con respecto al resto, no por su capacidad (que en éstos días no es una ventaja), sino por una tonta capacidad de relacionarse con los clientes a la que se la hace culto por éstos días. Hoy en día todos somos vendedores y todos queremos vender porque si no se vende no se vive. Evidentemente el problema no está en querer sobrevivir ni en pensar que el arte es una disciplina de asalariados como todas las demás porque lo es, tal vez en peores condiciones que las demás. El problema está en la lógica del mercado de oferta y demanda y lo que el público desea o cree desear.

Cuando el arte se convierte en una manera plástica de abofetear a los incautos es natural que haya pocos compradores. Es ahí cuando se evidencia el gran problema ¿Hay que cambiar las bofetadas por caricias? No ¿Pero si la gente no quiere bofetadas va a pagar por ellas? No son bofetadas para el que las aprecia. Paradójicamente las bofetadas nunca son sentidas por su destinatario porque éste es quien no se acerca a la obra.

Van entonces casi tres páginas de palabras que no van a ningún punto, que no se refieren a la obra en cuestión. De nada sirve hablar de composición, textura y demás palabras de cajón que sólo distancian a las personas de la esencia de las cosas. Algo que es muy importante es terminar de una vez con la barrera entre el artista y el público. Nadie soporta más a los artistas que hablan de sus procesos y obsesiones disculpando así la levedad de sus obras. Entender una obra como obra de arte es reconocerle una posición de superioridad y en el caso de muchas de las pinturas de G.Guzmán es darles la razón y no entrar en el juego que proponen.

Hay toda una serie de retratos de personajes disfrazados babeando mientras miran al que ve los cuadros. Queda claro que esos personajes osaban como posa el espectador, son su espejo, lo ridículo que puede ser un visitante a una galería. Las diferencias entre las personas y los simios son de tipo capilar. A través de una cuidadosa mezcla de colores y un dibujo meticulosamente planeado se llega a una burla del proceso mismo, mezclar los colores para decir que las personas son simios es una serpiente que se muerde la cola, la caricatura del artista y sus mágicos procesos. La técnica y la razón utilizadas en su contra. Se trata de un proceso absurdo de quien se burla de sí mismo a través de su propio oficio “Giorgio, Fuck you!”

El mundo moderno está obsesionado con los artistas y sus obsesiones. No se es un artista si no se habla siempre de lo mismo. Los artistas de hoy tienen series infinitas sobre los mismos temas, producen en serie cuadritos inofensivos aptos para cualquier sala de casa. Fáciles de pintar, de digerir y de comprar. Es difícil encontrar a alguien que explore el mundo y que no quiera decidir que lo que no le interesa no le interesa a nadie. El trabajo de G. Guzmán es ante todo una exploración del mundo, vomita lo que ve y oye sin parámetros de autotraición. Guzmán no se vende a través de lo que hace sino que se conoce y conoce al resto. Esto puede sonar a frase de cajón y lo es, pero que lo sea no implica que no pueda ser cierta. Guzmán no hace retratitos de gente linda ni piensa que sus pensamientos sobre las cosas le interesan al resto. Como dije antes no se está vendiendo a si mismo. Su obra es una reacción y no un comentario.

Entre ciudades ruidosas y mugrientas enmarañadas con tinta industrial de esfero Bic cristal y retratos de simios que hablan a través de la camiseta, entre sombras, luces y colores revueltos, se configura la obra de alguien que no busca un estilo que lo haga reconocible para el ojo poco entrenado. No se trata de un Botero autoencasillado y pretencioso sino de alguien sincero que no quiere demostrar nada, sólo mostrar lo que le sale de las entrañas. La ciudad, la estupidez y la mierda en sus buenos y sus malos momentos de las manos de alguien que, de seguro, no quiere ser llamado artista, a diferencia de todos los que no los son, si es que serlo significa algo.

Patria es muerte, perderemos! Hasta la victoria nunca.

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