Dos edades y una Coca-Cola, en minuto y pico





Recuerdo que entré al bar y la música empezó a sonar cada vez más fuerte; cada vez me hago la idea de que ser enano, le causa repudio a los demás. Caminé hacia la esquina donde todos los días vengo, pedí el banquillo para poder sentarme en la mesa, me acomodé y pedí las mismas galletas de siempre, con una Coca-Cola fría. Me gusta venir al bar de don Romero porque queda en la esquina de la manzana donde vivo. Es solo caminar 10 minutos y ya. Llevo un diario siempre conmigo, pero todavía no sé para qué lo tengo, no sé por qué escribo, o más bien, no sé a quién le estoy escribiendo; de pronto a los fantasmas que se forman en mi cabeza o a los espíritus que me visitan todas las noches para burlarse de mi.

No me importa contarme la vida, porque se lo que he vivido en estos cuarenta años, desde cuando me abandonaron mis padres por enano, cuando mis amigos se burlaron en el internado y cuando ya no pude más y le clavé un cuchillo al hijo del rector en los testículos. Siempre vagué por ahí, siempre pensé en los rincones del país, en las curvas de mi cerebro y entre los soplos de mis ideas. Lloro frente al espejo, me veo y me asusto, veo como mi sombra se despega de mí y me aplasta con sus pies, con sus puños, con sus carcajadas.

De nuevo en el bar, estoy pensando en el pordiosero que se desviste entre la brisa nocturna y caga sin pudor al lado del paradero público, siento como el morbo de todos los ojos del mundo lo miran, y saltan de alegría por lo que ven. ¿Alguien sabe qué es la alegría? Pregúntele a Van Gogh para que le haga una terapia reconstructiva psicológica, de pronto la mayor alegría sería verlo a usted colgarse de un árbol. Pero si de alegría se trata podrías esconderte tras la falda de Marilyn Monroe y sabrás lo que es sentir una sonrisa en las orejas. Quisiera poder sonreír, poder ser un gigante y poder correr por toda la ciudad y treparme por los rayos, alcanzar la luna y poder besarla. Nadie sabe como se siente ver esa luna a veinte centímetros a nivel del mar. Un mar que me ha ahogado por su sal, por sus moléculas asesinas que se encargaron en dejarme desnudo frente a un universo gay que se burlaba de mi sexo.

¡Puta! ¡Qué ricas mis galletas! Estas imágenes que me vislumbran y me matan. El sabor es cómplice de lo que ha sido mi vida, ello es lo que siempre he querido ser y no he podido. Un gusto exquisito que se trepe como un spaghetti suave por mis labios. ¿Saben qué es morir sin haber besado? Es como ser un argentino vegetariano o un alemán abstemio. Es como viajar por los aires sin aviones, es como si tuviera la luna en mis heladas manos, brindando con las moscas y los murciélagos que se estacionan en mis bigotes, mientras eructo por la Coca-Cola: Grr, garr, FLL… El aire viene, se estaciona y se funde, en una caída, en un adiós, en el silencio que en cualquier momento te vence.


Un minuto y cuatro segundos by colectivoarden

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