Seis pisos: por fin los colores arden sobre el andén



El grito se oyó y el cuerpo comenzaba a caer.

Bien arriba se discutían las mejorías de la empresa de galvanoplástica, mientras algunos socios pasaban papeles debajo de la mesa planeando cómo huir con algunas de las ganancias de la compañía.

Un poco más abajo, una pareja hacía el amor con furia, “arráncame los pendejos con furia marcial hija de remilputas tragaleche, hija de Satán”. El orgasmo invadía con su calor las empañadas ventanas, regando con su aroma, un olor a sexo placentero.

No en la mitad, pero un poco más arriba de la segunda planta, nacía un niño. La recamara se colmaba no solo del llanto colérico del niño y de los alaridos dolorosos de su madre; sino de la alegría del padre, del hermano, del abuelo y de la monja que miraban anonadados.

Un poco más debajo de la mitad, la blanca mujer moría desangrada. Se sujetaba su pierna con la toalla, rezaba mil padres nuestros, pero abandonada caía en el piso carcomida por un paro cardiaco que la dejaba con sus ojos verdes, bien abiertos y sus manos alzadas al mundo buscando vida, quizás en el más allá.

Abajo, en la planta baja, el portero busca el crucigrama del período mientras se tienta por la mujer desnuda de la contraportada. Su radio predica lluvias para el día, sus lentes ensuciados perciben una sombra en la puerta del edificio.

Un “mi amor” penetrante escucha el portero desde el sexto piso del edificio Venus. En la edificación, los de penúltimo piso no percibieron los gritos del hombre que asustado se resbalaba por la escalera metálica que lo inclinaba hacia el extremo de la ventana. Los del cuarto piso, no lo escucharon; en el tercer piso recibían a la vida y no percibieron la llegada de la muerte; la del segundo imploró por ellos. Abajo, su cuerpo se reventó con furia, manchando la entrada del edificio con sesos y sangre; mientras tanto, el portero comenzaba a limpiar las gotas que habían caído sobre la ventana, con un balde lleno de agua y un periódico viejo.


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